INTRODUCCIÓN
El hombre, en su afán de
lograr mejores condiciones de vida, ha usado constantemente su ingenio durante
su larga historia. Para lograr tal objetivo, mucho lo ha debido al uso de
metales que ahora forman parte de nuestra vida cotidiana y, casi sin quererlo,
hemos creado una dependencia tal que sería imposible hablar del desarrollo y
avance de la civilización moderna sin el uso de metales y aleaciones.
Desde muy temprano por
la mañana hacemos uso del metal, en los grifos del agua para asearnos, con sus
recubrimientos de níquel y cromo, en los utensilios de la cocina, tales como
los sartenes, cuchillos, cucharas, etc. Aun cuando lo olvidemos, sabemos que
nuestra casa, así como todos los demás edificios, sean éstos pequeños o
impresionantes rascacielos, están estructurados de acero, el cual actúa como un
verdadero esqueleto que conforma, soporta y da resistencia a la construcción.
Para el traslado a nuestro trabajo, lo hacemos usualmente en un medio de
transporte fabricado en su gran totalidad de metal: autobús, coche, tren, etc.
Si, mientras viajamos hacia nuestro trabajo, nos detenemos a pensar por un
momento en la cantidad de metal que usa el transporte en el que vamos, nos
sorprenderíamos al enterarnos de que es inmensa la cantidad de éste empleada en
la carrocería, en el motor, con todo y sus componentes; incluso en el sistema
de energía, como lo es el acumulador, encontramos metal en forma de láminas de
plomo sumergidas en un medio ácido. Lo mismo podemos decir de los aviones que
surcan los cielos actualmente, de los medios de transporte espacial moderno y
de los satélites, hechos todos ellos de aleaciones metálicas muy especiales.
Aquellos que laboran en
una industria, se percatarán de que casi toda la instalación productiva está
constituida de diversos metales: grandes reactores donde ocurren las
transformaciones químicas operando a presiones y temperaturas elevadas,
tuberías que transportan las materias primas así como los productos, tanques de
almacenamiento, bombas, etc.
Por todo esto podemos
decir, sin temor a equivocarnos, que aun y cuando se nos escape de la
conciencia, vivimos en una civilización basada en el metal y que por lo tanto
requerimos que los materiales metálicos en los cuales está basada dicha
civilización industrial sean estables en nuestra atmósfera terrestre y que al
menos duren en uso varios años.
Sin embargo, nosotros
sabemos por experiencia que las cosas no son así. Los metales se degradan
inexorablemente con el tiempo de muy diversas formas, dejan de ser funcionales,
perdiendo sus propiedades decorativas o mecánicas. Algunos simplemente se
disuelven en su totalidad en el medio que los envuelve.
De lo que muy poco nos
percatamos es que el hombre desarrolla un esfuerzo grandioso para evitar que
los metales de uso industrial básico para la sociedad se deterioren y vuelvan a
su estado original (es decir, de metal combinado con algunos otros elementos
activos tales como el oxígeno, azufre y cloro). Veremos más adelante que salvo
contados metales, la mayoría de ellos son inestables en muchos de los ambientes
encontrados en la Tierra. La misma atmósfera, el agua del mar, salmueras, las
soluciones ácidas, neutras o alcalinas y cientos de otros ambientes causan el
retorno del metal hacia una forma más estable, similar a la de los minerales.